Cualquier desafío que iniciamos implica un riesgo, nos adentramos a una zona desconocida, a una zona de incertidumbre, donde todo puede ocurrir.

Esa fue la sensación que sentí cuando puse mis pies en la hermosa biblioteca de mi ciudad para dar inicio a este ciclo de encuentros de mujeres que se vieron motivadas para reflexionar a través de la lectura.

El miedo, las dudas, la incertidumbre quedaron a un lado cuando vi que la convocatoria había sido exitosa. Y aún más  cuando esas mujeres convocaban a otras, y seguían sumándose.

Los libros que seleccioné para leer fueron aceptados por todas, resultaron sumamente interesantes. Generaron la reflexión que pretendí que se generara. Pero además se gestaron otros valores: la escucha activa, la escucha empática, el respeto, la validación del otro, la posibilidad de hablar libremente sin ser juzgados.

Invité a las mujeres de mi comunidad a reflexionar a partir de una lectura. Como trabajadora social, utilizo la reflexión en mis intervenciones profesionales porque es una estrategia básica en el trabajo con las personas. Todas las personas estamos dotadas de capacidad para reflexionar.

Reflexionar nos permite observar la relación entre los estímulos externos (en este caso el texto que leemos) y la respuesta que damos a esos estímulos. Cómo reaccionamos ante el contenido del texto, qué aspectos positivos y negativos rescatamos de él, cómo puedo incorporar a mi vida lo leído a fin de producir modificaciones.

Por otro lado, no existe reflexión si no hay una escucha previa, y este es otro valor que rescato de los encuentros. El hablar efectivo sólo se logra cuando es seguido de un escuchar efectivo. El escuchar valida el hablar, por lo tanto, es lo que dirige todo el proceso de la comunicación. Hablamos para ser escuchados dice Rafael Echeverría en su libro Ontología del Lenguaje.

Tenemos que diferenciar el escuchar del oír. Oír es un fenómeno biológico, es la capacidad de distinguir sonidos en nuestras interacciones con el medio. Escuchar pertenece al dominio del lenguaje y se constituye en nuestras interacciones sociales con otros. Cuando escuchamos generamos un mundo interpretativo. Comprendemos e interpretamos. Pero no sólo eso, cuando escuchamos también construimos una historia sobre el futuro. Reconstruimos las acciones del que habla para interpretar qué quiere decir con lo que dice.

Cuando conversamos, el hablar y el escuchar se entrelazan. Todo lo que uno dice es escuchado por el otro, quien fabrica dos clases de historias: una acerca de las inquietudes del que habla, y la otra acerca de la forma en que lo que se dijo afectará el futuro del que escucha, o sea, sus propias inquietudes.

El hablar articula el mundo como espacio de lo posible. Luego que alguien dice algo, nuevas posibilidades emergen y antiguas posibilidades dejan de existir. “Porque alguien nos dijo –o quizás no nos dijo- algo; porque nosotros dijimos –o quizás no dijimos- algo, devenimos en una persona diferente.” (Echeverría, 2003)

Las conversaciones son  poderosas. Todos hemos tenido la experiencia de salir de una conversación y reconocer que el mundo es otro, que se han abierto o cerrado puertas, que podemos entrar a espacios que antes estaban vedados o que algo muy valioso se rompió mientras se conversaba. En una conversación, el hablar de uno modifica lo posible para el otro permitiéndole a éste decir lo que antes no habría dicho.

A esto apunto con el Grupo de lectura y reflexión. Hablar, escuchar, conversar, reflexionar, aprender, crecer, y además, socializar, compartir, reír.

Estoy feliz por los resultados obtenidos. ¡Y voy por más! La propuesta era por un mes, pero, debido al éxito que tuvo, se extiende por otro mes, y seguramente… por muchos meses más.

¡Un placer!

Bibliografía

Echeverría, Rafael. (2003. Sexta edición). Ontología del Lenguaje. J.C. Sáez Editor. Chile.

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