
Cuando era pequeño, mi mamá solía coser mucho. Me sentaba cerca de ella y le preguntaba qué estaba haciendo. Ella me respondía que estaba bordando.
Observaba el trabajo de mi mamá desde una posición más baja que donde estaba sentada ella, así siempre me quejaba diciéndole que desde mi punto de vista lo que estaba haciendo me parecía confuso.
Ella me sonreía, miraba hacia abajo y me decía:
-Hijo, ve afuera a jugar un rato, y cuando haya terminado mi bordado, te pondré sobre mi regazo y te dejaré verlo desde mi posición.
Me preguntaba por qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros y por qué me parecían tan desordenados desde donde yo estaba. Unos minutos más tarde, escuchaba la voz de mi mamá diciéndome:
-Hijo, ven y siéntate en mi regazo.
Yo lo hacía de inmediato y me sorprendía y emocionaba al ver la hermosa flor o el bello atardecer en el bordado.
No podía creerlo, desde abajo se veía tan confuso…
Entonces mi mamá me decía:
-Hijo mío, desde abajo se veía confuso y desordenado, pero no te dabas cuenta de que había un plan arriba. Había un diseño, sólo lo estaba siguiendo. Ahora míralo desde mi posición y sabrás lo que estaba haciendo.
Muchas veces a lo largo de los años he mirado al Cielo y he dicho:
-Padre, ¿qué estas haciendo?
Él respondía:
-Estoy bordando tu vida.
Entonces yo le replicaba:
-Pero ¡se ve tan confuso!!¡Es un desorden!¡Los hilos parecen tan oscuros!¿Por qué no son más brillantes?
El Padre me decía:
-Mi niño, ocúpate de tu trabajo… yo haciendo el mío, un día te traeré al cielo, te pondré sobre mi regazo y verás el plan desde mi posición. Entonces entenderás.
Muchas veces, cuando tenemos un problema, estamos pasando por una crisis, por un conflicto, un problema económico, un problema familiar, afectivo, un problema con una deuda, un problema con algún familiar o una experiencia de enfermedad, éstos se convierten en un león. El problema se hace tan gigante que no encontramos una solución o una salida posible. Todas las soluciones quedan pequeñas frente a ese problema que consideramos gigante dentro de nuestra mente. Entonces, es tiempo de empezar a convertir esos leones que están en nuestra mente, en ratones. ¿Para qué?, para atraparlos y dominarlos. Es hora de empezar a achicar el problema. ¡Y por supuesto que es posible!
A veces no comprendemos las situaciones provocadoras de la vida, nos falta confiar en que hay un plan perfecto más allá de toda prueba.
Entonces, ¿Qué actitud tomar frente a un problema que nos asusta, que nos paraliza?
Elisabeth Kübler-Ross, famosa psiquiatra suizo-estadounidense, desarrolló un modelo basado en las cinco etapas del duelo, que luego extendió a otras situaciones de crisis, de tragedias, de cambios. En este modelo describe el proceso que transitan las personas frente a una enfermedad grave o terminal, o frente a una situación de crisis o frente a una pérdida catastrófica. Estas etapas son:
- Negación: “esto no me puede estar pasando a mí.” La negación es una forma de defenderse de la situación para evitar sentirse desbordado.
- Ira: “¿Por qué a mí? ¡No es justo!”, “¿cómo me puede estar pasando esto a mí?” Una vez superada la etapa de la negación, aparece el enojo, la ira, la bronca. Si este enojo es usado a nuestro favor, puede servir para motivarnos y dotarnos de una fuerza interior arrolladora.
- Negociación: “Dios, déjame vivir al menos para ver a mis hijos graduarse”, “haré cualquier cosa por un par de años más.” La tercera etapa involucra la esperanza de que el individuo puede de alguna manera posponer o retrasar la muerte. En general, la negociación por una vida extendida es realizada con un poder superior, en general Dios, a cambio de una forma de vida mejor, o de la solución de un problema, o de sanar la salud. Nos permite ir recuperando la paz interior.
- Depresión: “Estoy tan triste…”, “no doy más”
Durante la cuarta etapa, las fuerzas suelen empezar a abandonarnos. Hemos superado las otras etapas, pero sentimos que no damos más. La tristeza nos acompaña todo el tiempo. Podemos pasar horas solos, llorando y lamentándonos. Es un momento importante que debe ser procesado. - Aceptación: “hay salida”. Dice el dicho que después de la tormenta sale el sol. Después del llanto, del dolor, de la bronca, del encierro, de la tristeza, llegamos a la etapa de la aceptación, y con ella a la recuperación paulatina de la paz interior. Empezamos a comprender lo fuerte que fuimos al enfrentar el problema, la crisis, la enfermedad, la experiencia capitalizada, la presencia de quienes estuvieron a nuestro lado.
Además de conocer las etapas del duelo, es interesante saber que, en general, frente a un problema, de la índole que sea, enfermedad, crisis económica, pérdida del trabajo, fallecimiento de algún ser querido, etc., uno se pregunta ¿por qué? Y en realidad, la pregunta correcta sería: ¿para qué?
¿Alguna vez se preguntaron para qué les ocurren las cosas que les ocurren? Siempre hay un mensaje oculto en todas las experiencias que vivimos.
Pero cuidado!!! Una vez formulada la pregunta, exige una respuesta. ¡¡Las preguntas poderosas traen respuestas poderosas!!
No se trata de responder lo primero que se nos ocurra. Como dice Sergio Sinay, la pregunta está planteada a través de las situaciones que la vida pone ante nosotros minuto a minuto en cada día de nuestra existencia. A través de tales circunstancias, se nos cuestiona acerca de nuestros valores, de nuestros sentimientos, de nuestros afectos, de nuestros sueños, de nuestra actitud ante los otros, de nuestras responsabilidades, de nuestra conducta ante el sufrimiento cuando éste se presenta. Se nos pregunta si estamos siendo coherentes, conscientes, si estamos eligiendo con responsabilidad y haciéndonos cargo de nuestras elecciones y decisiones, si estamos actuando moralmente o utilitariamente, si estamos comprometidos con la sociedad y con el mundo que habitamos, o si sólo estamos sacando provecho de ellos sin preocuparnos de lo que provocamos con nuestras actitudes.
Se nos pregunta si trascendemos o si meramente nos dedicamos a pasarla lo mejor posible indiferentes a toda otra cuestión.
En palabras de Sergio Sinay, se nos invita a revisar si estamos surfeando sobre la superficie de la vida o si buceamos en su compleja, rica, asombrosa y misteriosa profundidad.
Hace un tiempo, leí un texto de Alejandra Stamateas que me impactó, y que me pareció muy útil para utilizarlo como ejemplo en este momento. Se trata del cuento del gato con botas. Dice ella que, en un momento del cuento, el gato con botas entra a un castillo donde vivía un ogro y se enfrenta con el ogro al cual le tenía bastante miedo, y le dice: Yo sé ogro que vos tenés una capacidad especial para convertirte en cualquier animal que quieras. Entonces el ogro, porque era muy fanfarrón, para demostrarle que esa capacidad era verdad, se convirtió en un león. Entonces el gato con botas le dice: ¡Eso es muy fácil! convertirse en un animal más grande que vos cualquiera lo puede hacer; lo difícil, el desafío, es convertirse en un animal más chico que vos, por ejemplo un ratón. Entonces, como este ogro era muy fanfarrón, le dijo: Muy bien, me voy a transformar en un ratón para demostrarte que puedo hacerlo; se transformó en un ratón y el gato lo atrapó.
Muchas veces, cuando tenemos un problema, estamos pasando por una crisis, por un conflicto, un problema económico, un problema familiar, afectivo, un problema con una deuda, un problema con algún familiar o una experiencia de enfermedad, éstos se convierten en un león. El problema se hace tan gigante que no encontramos una solución o una salida posible. Todas las soluciones quedan pequeñas frente a ese problema que consideramos gigante dentro de nuestra mente. Entonces, es tiempo de empezar a convertir esos leones que están en nuestra mente, en ratones. ¿Para qué?, para atraparlos y dominarlos. Es hora de empezar a achicar el problema. ¡Y por supuesto que es posible!